EL LITORAL, Noviembre 10 de 1966

DIVAGACIONES SOBRE SOLIS Y SU RIO (A bordo del "Libertad") 1966

Este es el río que recibió el bautismo cruento con la sangre de Solís y que luego abandonó y cambió su nombre por el de la Plata como un señuelo que avivara y atrajera la codicia insaciable de los hombres.

Solís habla sido compañero de Pinzón; había navegado por el golfo de Honduras y por el mar del Caribe y había descubierto nuevas tierras en el Yucatán. En las islas del Caribe recogió ciertos dijes de oro bajo usados por los indios y, según ocurría de ordinario en aquellos tiempos, al regreso de uno de sus viajes, como acabara malamente su amistad con Pinzón, lo metieron en la cárcel en averiguación de lo sucedido y de la causa que provocara esa desinteligencia por si la motivaron amaños o rapiñas en perjuicio de la hacienda real. Sin embargo, a la muerte de Américo Vespucio el rey le nombró piloto mayor sin que por ello dejara de recelar de su conducta, pues ese mismo ano, al encomendarle la expedición encargada de la famosa demarcación en los disputados derechos sobre las tierras que empezara a descubrir Colón que alegaban los reyes de España y Portugal y que habían sometido al arbitraje del Papa, el rey Fernando mandó en el mismo viaje una persona de mucho recaudo y confianza suyos con poderes secretos que excedían a los de Solís, con instrucciones expresas de impedirle que hiciera nada contra lo estipulado, mientras simultáneamente lo colmaba en público de distinciones y de honores.

Los oficiales reales de la Casa de la Contratación de Sevilla, menos el contador y cl tesorero que eran sus amigos, abrigaban sus sospechas contra el piloto mayor y las hacían llegar hasta el rey quien a su vez, en respuesta a esos desfavorables informes mandaba que lo más secretamente posible se informaran con mayor exactitud y precisión sobre su conducta y sus propósitos Con instrucción expresa de que si le hallaban culpable verdaderamente, que lo apresaran y le enviaran una minuciosa y detallada relación sobre ello. Así fue como en medio de esta enmarañada urdimbre de intrigas y sospechas, en el primer semestre de 1515 Juan Díaz de Solís, piloto mayor preparó y organizó en Lepe la armada que iría en busca del paso que uniera la Mar Océano con la Mar del Sur descubierta por Balboa y por donde fuera dado llegar directamente "a espaldas de la tierra".

Desde Lepe, un caserío con ventanas de arcos mudéjares bordeadas de azulejos que ponían una brillante nota de color sobre las paredes enjabelgadas, salieron los hombres de la expedición hacia Sevilla donde después de oír misa se embarcaron frente al poliedro de la Torre de Oro entre redobles de cajas y toques de trompetas, con abigarrado y alegre tremolar de banderolas, flámulas y gallardetes en los palos jarcias de los navíos. Siguieron de ahí aguas abajo por el Guadalquivir bordeado de extensos pinares; y un día de octubre de 1515, desde el fondeadero de Bonanza en Sanlúcar de Barrameda, en la boca del antiguo Betis, zarpó la expedición sin llevar mujeres para evitar motines y disturbios a bordo, pues, decían, unos anos más tarde las instrucciones de Carlos Y a Gaboto, para prevenir los daños e inconvenientes que siguen y cada día acaecen de ir mujeres, de cualquier calidad que fueren, en semejantes armadas, le mandaba que tuviera mucho cuidado de visitar las naves antes de la partida y que si después de zarpar hallare alguna a bordo que castigare como le pareciere al que la metió y que en la primera tierra que tocare echara a la mujer con tal de que estuviera poblada de cristianos. Eran tales los inconvenientes que traían aparejadas las mujeres a bordo, que a fines del siglo XVI el obispo de Mondoñedo, Don Antonio de Guevara, decía en su libro sobre "El arte del marear y de los inventores del", que es de privilegio de galera que niel capitán niel cómitre, niel patrón niel piloto, niel remero, ni ningún pasajero, llevara, guardara o escondiera alguna mujer a bordo, propia o ajena, porque sería vista y conocida y aún de más dedos servida, pues, agregaba, las que se atreven a ir "son más amigas de caridad que de castidad".

Las carabelas, de escaso calado, calafateadas con alquitrán y cebo, levantaban sus dos castillos a proa y a popa y una cruz donde, de rodillas, se rezaban diariamente las oraciones de los navegantes en tanto el piloto guiaba la nave por la rosa de bitácora amparada por la imagen de la Virgen estampada en el centro; mientras en horas de la noche, el farol de la capitana mareaba la derrota de las naves. Así pasaron los días sin crepúsculo de los trópicos y las noches tachonadas por las nuevas estrellas más allá del Ecuador; aparecieron las algas marinas en las latitudes del trópico de Cáncer y surgieron de las aguas del mar bandadas de peces voladores; pasaron los días galenos de la zona sofocante y plúmbea con el refresco de súbitos chaparrones en las lentas horas de las desesperantes calmerías en que las velas latinas caían desinfladas y fláccidas entre los aparejos de los palos; y luego de llegar al extremo nordeste del continente nuevo, de pasar a lo largo de inhóspitas dunas de arena cubiertas de zarzas y dejuncos, por donde se abre y bifurca la gran corriente ecuatorial que cruza el Atlántico; de navegar sobre aguas donde la sonda daba invariablemente en bancos de corales; de pasar más adelante frente a los barrancos rojizos empenachados de cocoteros del cabo San Agustín; de doblar el cabo Santo Tomé; recalar en la bahía de Río de Janeiro donde la tierra exuberante les proveyó de abundante maíz y patatas y de gallinas, faisanes y venados, llegaron a la bahía de Santos, donde dieron a la margen del río San Vicente con el primer traficante de indios esclavos establecido en esas latitudes y después de dejar atras la isla de Santa Catalina entraron, por fin, en aquella inmensidad de agua dulce formada por el Paraná y el Uruguay que planteaba como el Amazonas y el Orinoco aquel desconcertante enigma que no atinaban a explicar los hombres doctos de esos tiempos.

Ya no cuadraba la explicación que daban las famosas "Etimologías" de San Isidoro, algo así como La Enciclopedia de la Edad Media, que comparaba a la tierra con el cuerpo humano regado por la sangre que Corre por las venas, al suponer que estaba regada por el agua que corría a través de ciertas aberturas o caños subterráneos semejantes al sistema arterial del hombre, con el cual se explicaba no sólo la existencia de las napas freáticas sino también el origen de todos los ríos del mundo hasta entonces conocidos derivados por ese sistema de misteriosas conexiones, de los cuatro grandes y famosos ríos: el Ganges y el Indo y el Tigris y el Eufrates que regaban el Paraíso Terrenal.

Pero esta singular teoría no cuadraba a los caudalísimos rice descubiertos en las huevas tierras de Occidente; por eso cuando los compañeros de Solís regresaron a España y ponderaron las características del río que acababan de descubrir y del inmenso caudal de agua que arrojaba al mar, el primer cronista de Indias, Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, se preguntaba atónito cómo se podría explicar, además, ese admirable y prodigioso equilibrio que impedía que los mares se desbordaran e inundaran toda la tierra con el enorme caudal de agua que vertía ese río que acababa de bautizar, efímeramente, con su sangre Juan Díaz de Solís. "Yo estoy, decía el primer cronista, muchas veces maravillado de esto, cn especial considerando el río famosísimo de la Plata", al que llamó en su "general y natural historia de las Indias, islas y tierra firme del Mar Océano", no sólo poderoso río, sino también cosa grande y muy notable en la cosmografía, cuya pintura y asiento, dice, es una de las más notables cosas del Universo.


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